jueves, septiembre 28, 2006

"Canción del amor lejano", de José Ángel Buesa

Ella no fue, entre todas, la más bella,
pero me dio el amor más hondo y largo.
Otras me amaron más; y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

Acaso fue porque la amé de lejos,
como una estrella desde mi ventana...
Y la estrella que brilla más lejana
nos parece que tiene más reflejos.

Tuve su amor como una cosa ajena
como una playa cada vez más sola,
que únicamente guarda de la ola
una humedad de sal sobre la arena.

Ella estuvo en mis brazos sin ser mía,
como el agua en cántaro sediento,
como un perfume que se fue en el viento
y que vuelve en el viento todavía.

Me penetró su sed insatisfecha
como un arado sobre llanura,
abriendo en su fugaz desgarradura
la esperanza feliz de la cosecha.

Ella fue lo cercano en lo remoto,
pero llenaba todo lo vacío,
como el viento en las velas del navío,
como la luz en el espejo roto.

Por eso aún pienso en la mujer aquella,
la que me dio el amor más hondo y largo...
Nunca fue mía. No era la más bella.
Otras me amaron más... Y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

lunes, septiembre 18, 2006

Sueño en un gigante

Sueño en un gigante, al galope sobre mis mundos imaginarios, sobre los hombros de un ser inventado, parte de un sueño; sueño que sueño…

Sueño con momentos pasados, momentos que esperan, agazapados, su momento en el futuro. Sueño con jugar a ser gigante columpiándome con mi prima en Tentegorra; sueño con el día en que nos balanceábamos adelante y atrás: éramos las piernas, y a nuestro capricho el gigante andaba, corría o saltaba.

Y ahora me yergo en su cabeza soñando, riendo feliz, feliz en sueños, por fin.

Sueño con unicornios y dragones, con princesas aún sin rescatar, que esperan a sus príncipes, y sueño con los príncipes, que esperan a su vez el mensaje de auxilio, la flecha que, por fin, se clave en sus corazones y los haga vagar por el mundo en busca de las malvadas madrastras.

Sí, sueño en un gigante, puedo notarlo bajo mi cuerpo, minúsculo comparado con tan sólo una de sus gigantescas orejas. Podría refugiarme en su canal auditivo y creería que soy algo así como una mosca.

Ahora bajo y me siento en la anilla que tiene por pendiente en el lóbulo izquierdo. Soy de nuevo la niña que se columpia y, de pronto, le oigo reír y empezar a contar maravillosas historias de mis mundos inventados mientras los surca en lo que se me antoja como un abrir y cerrar de ojos.

Un paso más y ¡pum! salimos de un mundo para adentrarnos en un océano que lo separa de quién sabe cuál de los otros universos que aún me quedan por ver.

Sueño en un gigante y sueño con su mundo, con mi mundo y, si queréis, vuestro mundo.