Me hablas y me escribes sobre un gatito huérfano, un gato que perdió a la estrella que lo cuidaba, la que observaba cada uno de sus pasos, un gato que la busca ahora que la siente perdida, quizá porque siempre la dio por supuesta y no quiso (o no supo) apreciar los momentos que pasaban juntos.
El gato la busca ahora en la noche, ¿dónde si no? Se preguntará. Y no la encuentra… porque no está allí. La estrella cayó. Herida, no pudo sostenerse por sí misma en el firmamento y tuvo que bajar antes de que se extinguieran todas sus fuerzas. Por eso no la puede encontrar ahora, porque no la busca donde debería…
Dile al gato que deje de mirar al cielo porque no la encontrará, sólo verá el vacío que deja su ausencia, vacío en el lugar que ella ocupaba, donde siempre la buscó y ella siempre respondió a su llamada, y ahora no tiene sentido seguir mirando a un punto en blanco, ya no… o quizá nunca lo tuvo. No es como dejar la mirada perdida, ya que él la tiene fija en un punto que ya no existe…
Repítele que la estrella ya no está en el cielo, que no fue una ilusión: ella existió, estuvo allí, pero ahora ya no… y, sin embargo, está donde siempre estuvo, aunque el gato no lo quiera ver, aunque no la sepa buscar, ella se encuentra a su lado, como siempre estuvo, como siempre estará. Y mientras me hablas de un gato que busca a su estrella yo te podría contar mil historias de la estrella que espera que el gato la encuentre, pero él ya no la reconoce, no sabe que está a su lado cada día, cada tarde, y por ello llora ella cada noche, convirtiéndose sus lágrimas en el rocío de la mañana.
La estrella busca a un gato que ya no sabe qué espera encontrar, el gato busca a la estrella… y yo me pregunto… ¿Por qué coño no se encuentran?