domingo, julio 08, 2007

Cuento para el gatito



Aquella noche, como de costumbre, el gatito se subió al tejado esperando que la estrella le contara su cuento. Ella lo cogió para depositarlo en el hueco que la Luna ya le había preparado y empezó a mecerlo a la par que comenzaba su historia:

Hace muchos años…

Pero el gatito no quería oír las historias de siempre.

“¿Las estrellas han estado aquí siempre?”

“No,” contestó la estrella. “Algunas llevan millones de años en el cielo, mientras que otras empezaron a brillar hace tan sólo unas semanas.”

El gato la escuchaba, extasiado. “¿Y tú? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?”

La estrella suspiró. Ya sabía qué cuento le tocaría contar aquella noche. El gato entrecerró los ojos y dejó que la Luna lo meciera suavemente al compás de la música que emanaba de las estrellas.

Cuentan que, hace muchos años, vivió una princesa turca que podía hablar con la Luna, y a ella le contaba cuentos del País de las Maravillas, de princesas rescatadas por príncipes azules de las fauces de temibles dragones, de búsquedas de tesoros en las que lo más importante al final no era el oro que se conseguía, sino las amistades que se hacían por el camino. La Luna se deleitaba con estas hazañas, con los relatos que la princesa le contaba y, un día, le pidió que le hablara de sí misma, de sus deseos y sus miedos, sus esperanzas… y, más importante aún, le preguntó cuál era para ella el concepto de felicidad.

La princesa, perpleja, guardó silencio un instante mientras reflexionaba. ‘Felicidad,’ dijo finalmente, ‘es poder soñar libremente; es verte, Luna, y contarte un cuento cada noche; es pensar que, algún día, cuando ya no esté en este mundo, alguien me echará de menos por algo que hice, que las historias que invento para ti las oyen también las estrellas, que parece que son más desde el día que empecé a hablarte y que están ahí sólo para que los cuentos tengan sentido; pensar que las formas de las constelaciones cambian y compiten entre sí para ver cuál de ellas reproduce mejor la escena del caballero luchando contra el dragón, la de la doncella que huye de su casa por amor… y todas las demás, como si participaran en una muda competición de ilustración de cuentos.’

La Luna escuchaba atentamente las palabras de la princesa, que le confesó que lo que más ansiaba era pasar una noche en el cielo, observando el mundo desde las alturas. Le contó que ese era el sueño que tenía, ahora que su corazón se encontraba vacío por un amor imposible: quería poder ver a su amado en todo momento, cuidar de él en la distancia ya que no podía hacerlo a su lado y recitarle los poemas que entonces un muro encerraba en su palacio sin permitir que llegaran hasta él.

Ya habían intentado huir juntos una noche que la Luna se tapó para facilitarles la maniobra, pero el caprichoso viento de última hora había empujado a la nube que la cubría y los pillaron.

Desde entonces, el joven había sido enviado muy lejos, más allá del País del Fin del Mundo, donde la princesa contaba que un demonio de cinco cabezas controlaba quién entraba y no dejaba salir a nadie, de manera que ni siquiera los guardias que habían llevado al muchacho hasta allá habían conseguido volver.

Había también una leyenda en la que la princesa depositaba todas sus esperanzas. Hablaba de una segunda puerta por la que podían salir todos aquellos cuyo amor fuera verdadero para pasar una última noche con aquel a quien amaban. Se decía que, al atravesarla, el tiempo se detenía en el reino hasta que volvía a salir el sol y, si en ese momento no había vuelto, el demonio le echaba una maldición que lo mataba al instante, dondequiera que estuviera, ya que al entrar allí se creaba un vínculo entre el demonio y la persona.

La Luna no podía ver el sufrimiento de la princesa, de modo que consintió en convertirla en estrella por una noche.

Fue aquella la más bella de todas las noches: el universo entero flotó en una nube musical que procedía de un pequeño punto que, al mirarlo, parecía un lunar de la propia Luna. Era una música lenta, triste, y las palabras de amor que fluían con ella y de ella sirvieron de inspiración a los corazones que las escucharon, que lloraron su dolor con la princesa.

Aquella noche, el mundo pareció en armonía. Todos corrieron a buscar sus amores de la juventud, pues aquel cántico celestial había despertado sentimientos de añoranza que se creían olvidados. Quienes no tenían nada se sintieron ricos, los que nadaban en la abundancia quisieron morir ante la posibilidad de no experimentar nunca un sentimiento tan puro, cegados por la codicia que siempre los había poseído.

Y la princesa pasó la noche más feliz de todas viendo a su amado y sabiendo que seguía vivo y que la puerta secundaria realmente existía.

Algunos días después consiguieron pasar juntos aquella última noche y, justo en el momento en que sus manos se tocaron, la Luna creó una constelación que recibió el nombre de Reencuentro, porque era eso lo que representaba. Las estrellas que la formaban se iban acercando día tras día, como el espíritu de los amantes ya desaparecidos de la faz de la tierra, hasta que se fundieron y sólo se pudo apreciar un punto que se encontraba donde inicialmente surgió el corazón de la princesa.

La cantidad de energía acumulada era tan grande, que aquel cúmulo de estrellas acabó por estallar y desperdigarse por todo el universo, y sólo quedó una…

Mientras la estrella buscaba alguna forma elegante de acabar la historia diciendo que esa última estrella que había quedado era ella, se dio cuenta de que, como de costumbre, el gatito ya se había dormido.

Aquella noche, la Luna y ella se quedaron hablando hasta que despuntó el Sol y tuvieron que acostarse.

1 maullidos:

Anónimo dijo...

OLLAAAAAAA
k ya ty akiii!!llevo 3 dias durmiendo sin cuentos como este dl gatito a ver si hoy te puedo vel un poco aunke sea x un agujero pol fi
bezotez